Suponiendo… sin conceder

Suponiendo… sin conceder

¿Quién pagará el pato del fracaso?

El hijo de Andrés Manuel López Obrador, seguramente no.

Pero sin duda sí, gobernadores y sus estructuras políticas que se componen de funcionarios del gabinete, de legisladores locales y federales.

Como en Hidalgo, que cada dependencia, en la medida de sus posibilidades, colaboró con, primero, entrenamiento para poder “asesorar” a sus promovidos y luego votantes para elegir con cuidado y precisión las candidaturas requeridas.

Luego, con movilizaciones, alentando a las y los votantes a salir de sus casas el domingo para acudir a emitir su voto.

Hicieron su mayor esfuerzo, sin duda, pero había más gente en cualquier puesto de barbacoa que en las casillas.

Había más periodistas en la casilla donde votó el gobernador Julio Menchaca que personas sufragando.

Las estructuras cumplieron, en lo posible. Ya no es como antes.

La elección judicial fue presentada como un avance democrático, pero terminó como una postal del desencanto.

La operación política detrás del ejercicio, en lo general, fue ineficaz, y su fracaso tiene responsables claros.

Con la batuta informal de Andy López Beltrán, hijo del expresidente, la movilización ciudadana fue escasa y forzada.

Las plazas no se llenaron, los argumentos no convencieron, y la gente, simplemente, no acudió. No le interesó.

Los mandatarios estatales, en su afán de complacer al poder central, pusieron en juego su capital político para empujar una elección que ya olía a simulacro.

Lo hicieron sin calcular que, al final, serían ellos quienes pagarían el pato.

La paupérrima participación dejó en evidencia que no se puede reemplazar la legitimidad con lealtad ciega.

Los gobernadores que prestaron su estructura y su credibilidad al proyecto hoy enfrentan el desgaste.

En muchos estados, el desdén ciudadano fue también un mensaje para ellos: no hay respaldo automático cuando se fuerza la narrativa y se subestima la inteligencia colectiva.

Más que una lección, esta elección es un parteaguas. Morena, como fuerza política, debe decidir si seguirá delegando tareas sensibles a cuadros improvisados por consanguinidad, o si permitirá que sus liderazgos locales recuperen margen de maniobra con responsabilidad y visión propia.

De lo contrario, los próximos procesos electorales podrían cobrarles más que una mala jornada: podrían poner en entredicho la permanencia misma del proyecto.

Ahí está Durango, como muestra.


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