Una elección para el olvido, un retroceso de medio siglo
Cuando se pensaba que el descrédito del sistema político mexicano había tocado fondo, la elección de los nuevos integrantes de la Suprema Corte de Justicia de la Nación vino a cavar más hondo.
Lejos de ser un ejercicio ejemplar de legalidad y pulcritud democrática, lo ocurrido en esta elección judicial ha sido una burla, no solo a la ley, sino a la inteligencia ciudadana.
La aparición de los llamados acordeones —papeletas prellenadas, instrucciones escondidas, votaciones condicionadas— no solo representa una trampa infantil, sino una afrenta al Estado de Derecho.
¿Cómo es posible que un procedimiento que debería representar la más alta expresión de imparcialidad jurídica se vea envuelto en prácticas propias de un régimen que, dicen, ya no existe?
¿Cómo explicar que, aun ante pruebas documentadas, contundentes, irrefutables, el Instituto Nacional Electoral (INE) haya decidido validar estos resultados sin titubeos?
Las respuestas, si es que existen, sólo exhiben la profunda captura de las instituciones por intereses políticos.
El INE, que debería ser garante de la legalidad, actuó como notario complaciente de un teatro cínico.
Las irregularidades no fueron errores menores ni actos aislados: fueron parte de una maquinaria aceitada, una operación tan torpe como evidente para imponer candidaturas previamente pactadas.
De acuerdo con el consejero Jaime Rivera, la elección judicial revivió “prácticas que creíamos enterradas hace 40 años”.
La consejera Claudia Zavala aseguró que hubo “prácticas corruptas y antidemocráticas en la elección judicial”.
Las irregularidades señaladas comprenden perlas como relleno de urnas, inducción masiva al voto con acordeones, robo de paquetes electorales y regreso con votos ya marcados, entre otros.
Más que una elección, lo que vimos fue una coreografía del engaño: legisladores siguiendo guiones, votos emitidos a ciegas o bajo consigna, y una narrativa oficial que intenta convencernos de que todo fue “legal” aunque profundamente ilegítimo.
Con este espectáculo, la Suprema Corte pierde no sólo credibilidad, sino autoridad moral.
Porque una justicia nacida de la trampa no puede juzgar con limpieza.
Y porque un país donde hasta los jueces se eligen con trampas, ya no se debate entre el Estado de Derecho y la impunidad: vive plenamente en esta última.
Y para acabarla de amolar, el próximo presidente de la SCJN mintió en algo tan elemental como su currículum vitae.
De ese tamaño.
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