No todo es culpa del gobierno: un mea culpa necesario
Los recientes sucesos en Hidalgo —las inundaciones que azotaron a Pachuca y Mineral de la Reforma, la percepción cada vez más sofocante de corrupción en las instituciones, y el doloroso, absurdo, inconcebible, asesinato de un hombre en una riña de tránsito, deberían ser una llamada de atención para todos.
No solo para los gobiernos y las autoridades. Para nosotros también. Para la sociedad entera.
Estamos acostumbrados a señalar con el dedo.
A culpar al alcalde, al gobernador, al policía que no llegó a tiempo o al burócrata que nunca responde.
Y sí, tienen responsabilidad. Mucha.
Pero ya es hora de hacer un ejercicio de autocrítica.
Porque somos parte del problema.
¿Quién tiró la basura que tapó las coladeras y convirtió las calles de Pachuca en ríos violentos?
¿Quién construyó sin permisos, invadiendo cauces naturales?
¿Quién toleró —o incluso promovió— la corrupción silenciosa de “dar para que avance el trámite”?
¿Quién dejó pasar el chisme de un desvío millonario sin levantar la voz?
¿Quién grabó con su celular la agresión del taxista, pero no llamó al 911?
Somos una sociedad que a veces se conforma con la indignación superficial de redes sociales, pero que no da el paso al compromiso real.
Y mientras tanto, la tragedia avanza.
La imagen de un hombre muriendo apuñalado por un taxista, a plena luz del día, no solo estremece: confronta.
Habla de un tejido social desgarrado, de una violencia que no nació de la nada, sino que hemos normalizado.
De una frustración colectiva que se expresa con furia, porque no encuentra cauce en la justicia ni en el diálogo.
Y volvemos a lo mismo: sí, necesitamos mejores autoridades.
Más honestas. Más eficaces. Más humanas. Pero también necesitamos ser mejores ciudadanos. Porque no se construye una sociedad justa solo desde el poder. Se construye desde la calle, desde la casa, desde la escuela. Desde la manera en que manejamos, en que resolvemos un conflicto, en que educamos a nuestros hijos.
Hidalgo no es un caso perdido. Pero está en una encrucijada. Y no saldremos de esta solo con cambios de gabinete o promesas electorales. Saldremos si entendemos que cada acción, cada omisión, cada silencio, tiene consecuencias.
Este no es un texto para repartir culpas. Es un ‘mea culpa’.
Porque todos, en mayor o menor medida, hemos contribuido a llegar hasta aquí.
Que los muertos no mueran en vano. Que las inundaciones nos limpien, no solo las calles, sino la conciencia. Que lo que hoy nos duele, mañana nos transforme.
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