Por Daniel Zárate
Disonancia Cognitiva
“El periodismo debe ser brújula en tiempos de confusión.”
Vivimos en una era donde la verdad se disputa a golpe de clics, algoritmos y emociones. El periodismo, tradicionalmente bastión de la información verificada, enfrenta hoy una amenaza silenciosa y constante: la sobreinformación y la desinformación disfrazada de contenido viral.
En un ecosistema mediático saturado por redes sociales, memes, influencers y plataformas de video corto, la figura del periodista como intermediario de la realidad ha sido cuestionada. Según el Digital News Report 2024 del Instituto Reuters, solo el 40% de los encuestados en América Latina confía en las noticias que recibe, y menos del 30% cree que los medios tradicionales reflejan sus preocupaciones cotidianas.
No es una crisis reciente. Desde la campaña presidencial de Estados Unidos en 2016, marcada por el uso de “fake news” como arma política, el concepto de verdad ha sido erosionado intencionalmente. Lo preocupante es que esa práctica ha sido replicada globalmente. En México la desinformación ha sido documentada, evidenciando cómo los intereses distorsionan el debate.
En medio de ese caos, el periodismo independiente ha resurgido como una resistencia ética y profesional. No tiene los reflectores de la televisión abierta ni las métricas virales de TikTok, pero sí algo más valioso: credibilidad.
Sin embargo, su alcance sigue siendo limitado frente a la viralidadde los contenidos emocionales. Según UNESCO (2023), los algoritmos de redes sociales priorizan la interacción, no la veracidad. Es decir, una teoría conspirativa presentada con dramatismo tiene más posibilidades de circular que un análisis bien documentado.
Esto no es solo un problema de medios, sino de ciudadanía. Hemos delegado el filtro de la información a nuestros pulgares, confiando en lo que aparece en nuestra pantalla sin preguntarnos por su origen.
La batalla por la verdad no se libra únicamente en redacciones o foros, sino en cada “like”, en cada “compartir sin leer”, en cada decisión de consumir información pasivamente.
Frente a este escenario, urge una alfabetización mediática transversal. No basta con enseñar a los jóvenes a usar plataformas digitales; hay que formar su criterio. Saber identificar fuentes confiables, comprender cómo operan los algoritmos y distinguir entre opinión y dato son habilidades fundamentales en esta nueva era. Algunas iniciativas ya han comenzado en países como Finlandia o Uruguay, donde se han incorporado como enseñanza.
Mientras tanto, los medios tienen una doble responsabilidad: recuperar la confianza del público y repensar sus narrativas. Informar con profundidad no significa ser aburrido. El desafío está en conectar con una audiencia fatigada sin caer en la banalización. Como escribió Kapuscinski, “el cinismo es la forma más fácil de evadir la realidad”.
Hoy más que nunca, el periodismo debe ser brújula en tiempos de confusión, aunque el terreno sea movedizo. Y los ciudadanos, debemos ejercer el derecho, y el deber, de informarnos con conciencia. Porque la verdad no grita, pero resiste.@DanielZarate70