Qué voracidad, ahora van por el INE. ¡Ya no manchen sus trayectorias!
La presidenta Claudia Sheinbaum ha dejado claro que la transformación no admite voces críticas, ni siquiera aquellas que provienen de órganos autónomos como el Instituto Nacional Electoral.
En un giro que recuerda los peores momentos del presidencialismo autoritario, Sheinbaum ha amenazado con una nueva reforma electoral como represalia directa por las posturas de algunos consejeros del INE que se atrevieron —¡el atrevimiento!— a cuestionar la legalidad de la elección de ministros de la Corte y otros cargos judiciales.
El pecado fue señalar lo evidente: que hubo irregularidades graves, como los famosos “acordeones”, que deberían haber derivado en la anulación del proceso, además de otros vicios electorales tan mexicanos.
Tan nuestros.
Pero la respuesta del poder no fue el diálogo ni la reflexión, sino el castigo. Como si el INE fuera un subordinado insubordinado, y no un órgano constitucional autónomo, Sheinbaum dejó entrever que se viene una reforma “de fondo” al instituto, lo cual, en el lenguaje de la 4T, equivale a dinamitarlo desde dentro.
Lo más alarmante es la normalización del escarmiento institucional. El festejo al más miserable autoritarismo.
En este país ya no se debate, se reprende; ya no se escucha, se amenaza.
El gobierno no tolera que alguien levante la voz, ni siquiera desde el marco legal. La función del INE, que es garantizar elecciones libres, limpias y equitativas, se convierte en una afrenta cuando sus decisiones no se alinean con los intereses del partido en el poder.
Sheinbaum, quien prometió respeto a las instituciones, ha optado por continuar la cruzada de su antecesor: desmantelar todo lo que represente un contrapeso. O todo lo que simplemente le cause molestia.
El INE, como antes el INAI, el Coneval y otros organismos, es ahora blanco de una venganza política disfrazada de reforma.
La advertencia es clara: quien cuestione al régimen será castigado. Y si ese castigo implica debilitar los cimientos democráticos, que así sea. Para este gobierno, el poder no se comparte ni se fiscaliza; solo se impone.
Hoy el INE está en la mira, pero mañana puede ser cualquier otro espacio de autonomía o crítica. Defenderlo no es defender a un grupo de consejeros, sino defender la posibilidad misma de disentir.
Y de los medios de comunicación y periodistas críticos, ni hablar, en cualquier momento les cae una fiscalía autónoma o algo peor.
Ya basta.
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