Por Amistades vanas. Y paganas.
En las relaciones interpersonales existe, de acuerdo con el nivel de intimidad y confianza que hayan alcanzado uno o más individuos, el nivel, o la categoría, de amistad que une a esas personas.
Según el grado de afecto alcanzado, gracias a los años de relación, a la calidad, cercanía o dependencia forjados entre uno y otro a lo largo del tiempo, es la fortaleza del vínculo emocional obtenido.
La confianza que existe es directamente proporcional a las vivencias experimentadas a lo largo de los años, misma que se vuelve recia, inflexible, impertérrita entre más tiempo haya pasado.
Cuando la amistad flaquea, mengua por diferencias de criterio o de interés, normales entre los individuos, aparecen los reclamos, los desencuentros, los conflictos.
Si la amistad no es un vínculo poderoso, cualquier diferencia dará al traste con ella.
Cualquiera. Cualquier malentendido, cualquier discrepancia, cualquier infidencia terminará con el vínculo entre dos personas que, posiblemente, provenga desde su más tierna juventud, aparentemente fortalecida por el paso de los años.
Si en ella no hubo ningún momento de verdadero amor, de verdadera bondad, será fácil la ruptura, tan fácil que no habrá, ni siquiera, un poco de dolor o remordimiento en quienes experimenten el quebranto.
Como, por ejemplo, una burla al sentimiento producido en el otro.
Un desdén a las cuitas y escollos que alguno padeció.
El acto de egoísta ingratitud, de quien recibió mucho a cambio de no pedir nada.
De no pedir nada como muestra de respeto a quien, incluso, nada ofrecía más que su sola presencia.
Es, como el poema del Árbol de los Amigos: personas en nuestras vidas que nos hacen felices por la simple casualidad de haberse cruzado en nuestro camino.
“Te deseo hoja de mi árbol, paz, amor, salud, suerte y prosperidad”.
Así, aunque sin la menor duda, quedará de los que se llevaron mucho.
Pero no habrá de quienes no nos dejaron nada.
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