En Códice

En Códice

Por Daniel Zárate Ramírez

Mensajes Imperativos.

En la era de la comunicación instantánea, cada mensaje estructurado tiene el poder de provocar una retroalimentación inmediata con su destinatario. Este fenómeno se traduce en respuestas programadas que pueden manifestarse a través de otro mensaje o una reacción tangible.

En un mundo dominado por las nuevas tecnologías, todos aspiramos a ser emisores capaces de generar reacciones, muchas veces reflejadas en redes sociales, que pueden traducirse en beneficios económicos, sociales o políticos.

Para lograr un mensaje verdaderamente imperativo, es esencial cultivar la empatía y crear situaciones con las que el receptor pueda identificarse.

Como lo sugirió el lingüista Roman Jakobson, es crucial incorporar una función convincente que trascienda el lenguaje verbal, integrando elementos no lingüísticos como gestos y movimientos – técnicamente conocidos como proxemia y kinesia – para persuadir eficazmente a quien recibe nuestro mensaje.

Sin embargo, la profesionalización en la emisión de contenido ha sido alcanzada por aquellos que ven en un teléfono móvil su instrumento de comunicación. Esto nos lleva a suponer que aproximadamente el 81.4% de los mexicanos – casi 100 millones – tienen acceso a un dispositivo móvil o internet, convirtiéndose en emisores potenciales de mensajes virales.

Las redes sociales son un espacio donde personas graban situaciones cotidianas que pueden resultar de interés general o personal. Imaginemos que nuestro teléfono nos brinda la oportunidad de acumular seguidores “convencidos” a través de contenido “políticamente correcto”, sin importar su veracidad. Esta realidad plantea un desafío: las plataformas premian la monetización a quienes logran más reacciones, respuestas y réplicas, independientemente de la veracidad del mensaje.

En este contexto, muchas reputaciones e historias han sido reinventadas por “opinólogos” cuyo único objetivo es acumular seguidores y reacciones. Cuando la narrativa casualmente coincide con la realidad, no hay consecuencias; sin embargo, muchas veces se alteran los hechos para generar morbo. Basta con ajustar una o dos palabras para propagar un mensaje potencialmente viral.

Aquí radica el verdadero problema: difundir contenido sin verificar su autenticidad se convierte en norma. Lo que predomina, es la monetización y la búsqueda incesante de popularidad entre quienes consumen historias que, en esencia, no representan “noticia”, pero sí generan likes y alimentan el famoso “algoritmo” hacia el estrellato ficticio.

Por ello, los medios tradicionales serios y los verdaderos líderes de opinión merecen ser recompensados con el beneficio de la duda. Estos profesionales cuentan con preparación y trayectoria y lo más importante: credibilidad. A ellos se les debe exigir buscar fuentes fidedignas y no solo remitirse a comunicados procesados.

Sin embargo, es fundamental recordar que la credibilidad es tan subjetiva como nuestras propias opiniones, siempre influenciadas por nuestras vivencias y realidades. Por tanto, difundamos u opinemos libremente, pero con responsabilidad.

administrator

Noticias Relacionadas

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *