La institucionalización del cinismo
El presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, el líder político más influyente en los últimos 20 años, al menos, ha conseguido lo que tantos priistas, panistas y perredistas buscaron por años: hacer del cinismo una virtud.
El mandatario mexicano confesó su injerencia en otro de los poderes de la Unión, como quien le cuenta a un cura sus andanzas mundanas en la adolescencia.
Y no pasa nada.
La narrativa del pasado corrupto, que es real, le concede el derecho a intervenir en campañas políticas como Jefe de Estado, le da la venia bendita de intervenir en las decisiones del Poder Judicial sin reticencia alguna.
Nadie, más que la Barra Mexicana, Colegio de Abogados A.C., mediante un comunicado reprobó la injerencia del Gobierno de México hacia el Poder Judicial de la Federación a través del exministro Arturo Zaldívar, quien fungía como presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN).
Solo los juristas independientes podían escandalizarse ante semejante revelación: el que fue ministro presidente de la Corte, Arturo Zaldívar, era su interlocutor para “intervenir” en decisiones judiciales que tomaban, con el criterio supuestamente independiente, que deben tener los jueces que integran el Poder Judicial.
El presidente reconoció que su gobierno “podía intervenir” en decisiones del Poder Judicial cuando el exministro Arturo Zaldívar presidía la Suprema Corte.
En su conferencia mañanera, a manera de reproche, como ha hecho desde que llegó a la presidencia del Poder Judicial la ministra Norma Piña, López Obrador se quejó de que desde ese momento ya no puede influir, él como titular del Poder Ejecutivo, en el trabajo de uno de sus pares constitucionales.
Los más reconocidos expertos jurídicos afines al presidente, como Ricardo Monreal, Olga Sánchez Cordero y algunos más, en los términos políticos que utiliza el propio presidente, “callaron como momias”.
Las implicaciones legales que esta revelación tiene son incalculables, la intervención presidencial será incontenible durante el proceso electoral que está en curso y no tendrá ninguna consecuencia.
El célebre “cállate chachalaca” que López Obrador le espetó al impresentable expresidente Vicente Fox palidece de vergüenza ante esta andanada de impunidad.
Es evidente que, en ese pasado corrupto que acusa el mandatario mexicano, los presidentes de la República intervenían tanto o más que hoy lo hace el propio López Obrador.
Lo alarmante es que hoy es a plena luz del día, sin recato ni cargo de conciencia alguno.
La justicia pierde la batalla ante la impunidad y, hoy, ante el cinismo.