Andy y los balbuceos oficialistas
Los votos no otorgan impunidad. Mucho menos derecho divino. Pero hay quienes, dentro de Morena, han confundido el respaldo popular con una licencia para actuar con arrogancia, frivolidad e impunidad política.
Y no, no se trata de la “oposición ardida”. Se trata de señalar lo que es evidente: el poder, cuando no se modera, intoxica.
Y Morena, o al menos sus principales cuadros, parecen estar en plena borrachera. En la “plenitud del pinche poder”, como dijo aquel célebre priista Fidel Herrera.
Ahí está Adán Augusto López Hernández, exsecretario de Gobernación, quien no ha ofrecido una sola explicación sobre los señalamientos del Ejército Mexicano que vinculan a su exsecretario de Seguridad Pública con el crimen organizado.
No ha negado, no ha aclarado, no ha respondido. Calla con la comodidad de quien se sabe intocable.
Mientras tanto, Andrés Manuel López Beltrán…perdón, Andy, hijo del expresidente y operador clave del oficialismo, se fue de vacaciones a Japón. ¡A Japón!
Porque el poder da para eso, para desaparecer del país mientras se fragua un gobierno que presume “austeridad republicana”. ¿Qué austeridad? La que se impone a los de abajo, nunca a los de sangre obradorista.
Ricardo Monreal, el legislador eterno, decidió que era buen momento para pasearse por España.
Mario Delgado, expresidente de Morena, se fue a Portugal. Y entre los dos han dejado claro que la conducción del partido más poderoso del país se hace a control remoto… o en primera clase, con cargo a quién sabe quién.
Pero lo más grave es el desprecio con el que se refieren a la ciudadanía.
Esta semana, la presidenta Sheinbaum fue incapaz de mencionar siquiera el nombre de la mujer taxista que fue detenida arbitrariamente en Veracruz y que recibió asesoría del Gobierno Federal.
Prefirió hablar de ella como “esta persona”, como si su identidad no importara. Como si fuera una anécdota útil para lucirse en la mañanera. Como si esa mujer, víctima de abuso de autoridad, no mereciera siquiera un mínimo de respeto.
Esos son los nuevos tiempos. La política de la 4T se ha vuelto una república de compadres, de hijos del régimen, de exgobernadores impunes y presidentes de partido que vacacionan mientras la inseguridad crece y la impunidad florece.
La soberbia no es nueva en el poder, pero sí es preocupante en quienes decían venir a erradicarla. Morena llegó con la promesa de ser distinto. Pero se está pareciendo demasiado —y demasiado pronto— a lo que juró destruir.
El voto popular no es patente de corso. Es un mandato de responsabilidad. Pero mientras sigan creyendo que con las encuestas basta, y que el pueblo aguanta todo, Morena corre el riesgo de convertirse en lo que más odia: un dinosaurio con nuevas siglas y viejos vicios.
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