Gerardo Sosa y Morena, mítines del autoengaño
Palabras y señales con claros destinatarios.
Este fin de semana, nos recetaron dos versiones del mismo vetusto acto político: uno en la Plaza Juárez de Pachuca, donde se habló de “autonomía universitaria” bajo la sombra del viejo e imperecedero poder de Gerardo Sosa Castelán.
Y otro en el Zócalo capitalino, donde Claudia Sheinbaum presentó lo que llamó un “informe de gobierno”, aunque en los hechos fue una concentración partidista envuelta en lenguaje institucional.
En Hidalgo, la escena fue una remembranza con colores diferentes.
Diputados del Partido del Trabajo se sumaron sin pudor a un evento encabezado por Gerardo Sosa Castelán, el gran cacique universitario que durante ya casi cinco décadas moldea la política y los presupuestos de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH) conforme le da la gana.
El llamado “día de la autonomía” se convirtió en una celebración del control político disfrazado de defensa académica. Los aplausos no eran para la libertad universitaria, sino para ese viejo régimen que se resiste a desaparecer.
En la Ciudad de México, la presidenta Sheinbaum llenó el Zócalo con el músculo de su partido, es decir; funcionarios gubernamentales y partidistas de todo el país.
Así como lo hacía el PRI.
No fue un informe técnico ni un balance de gobierno: fue un mitin de respaldo político, con banderas, consignas y discursos que poco tuvieron que ver con la rendición de cuentas.
Se habló del “pueblo”, del “segundo piso de la transformación”, pero se omitió la parte incómoda: el incremento en delitos graves, la persistencia de la corrupción en los cuerpos de seguridad, y los desafíos de un país que aún busca resultados tangibles más allá del discurso.
La presidenta machacó, el sábado y ayer, sobre el repudio al dinero mal habido y a los corruptos traidores.
Ambas escenas —la de Pachuca y la del Zócalo— son espejos del mismo vicio: la confusión entre gobernar y aplaudirse, entre informar y movilizar, entre rendir cuentas y fabricar fervor.
En el fondo, son ejercicios de autoafirmación política. Los organizadores necesitan convencerse de que conservan el respaldo popular; los asistentes, de que están del lado correcto de la historia.
Pero la realidad no se mueve por multitudes reunidas, sino por resultados medibles. La autonomía universitaria no se defiende con pancartas al pie de Gerardo Sosa, y la transparencia democrática no se exhibe con mitines masivos de un poder que se aplaude a sí mismo.
En tiempos de redes y narrativa, los mitines sirven más para la foto que para la historia. Son actos de fe que buscan negar la evidencia: que los cacicazgos universitarios envejecen mal, y que la “transformación” empieza a repetirse como un eslogan vacío.
También para mandar señales, como “enjaular” a Adán Augusto López y a otros personajes hoy apestados.
Mensajes políticos disfrazados de cercanía con el pueblo.
Creen todavía, a estas alturas, que la gente es tonta.
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