A un año del “segundo piso”
Hace un año, en este espacio, rememoré la famosa anécdota registrada en Palacio Nacional (al momento de elegir al “nuevo” gabinete presidencial):
“Caray, licenciado, por más que le moví a la sopa, me tocaron las mismas mulas”.
La anécdota, que podría parecer reciente, en realidad refiere a la transición entre Adolfo Ruiz Cortines y su tocayo y protegido Adolfo López Mateos.
Algunas mulas ya están empezando a ser ahorcadas.
Un año después, el “segundo piso de la cuarta transformación” comienza a mostrar sus contornos.
Claudia Sheinbaum asumió la Presidencia bajo la sombra inmensa de Andrés Manuel López Obrador y con la expectativa de ser, en el mejor de los casos, su continuidad.
Hoy, a doce meses de distancia, México vive con una presidenta que busca gobernar entre la técnica y la política, entre la obediencia al proyecto y los primeros intentos por dotarle de sello propio.
El saldo inmediato es evidente: la narrativa cambió.
Ya no hay mañaneras interminables, sino conferencias más breves.
Aún se habla de “adversarios conservadores” y se polariza con la misma insistencia, pero al terminar la mañanera, el gobierno cambia.
La estrategia de seguridad ya es sensata, el combate a la corrupción va más allá del mero y ramplón discurso.
El poder de la mañanera fue tal, que los dictados del sexenio emanaron de ahí, del atril en el que, de lunes a viernes por tres horas al día, el presidente daba instrucciones, directa o indirectamente a sus colaboradores.
Ahí surgieron los “otros datos”, esos que utilizados a conveniencia y sustentados solo por la presidencial saliva contradecían a la realidad con la convalidación del pueblo y de sus medios de comunicación.
Con Sheinbaum hay reticencias machistas de extraños, pero sobre todo de los propios.
El país vive, pues, un año con Claudia Sheinbaum y un año sin Andrés Manuel López Obrador.
El yugo patriarcal no está tan apretado como hace un año.
¿Buena señal? Sin duda.
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