19 de septiembre, 40 años.
Una crónica con base en el asalto de los recuerdos
El sismo monstruoso se sintió levemente en Pachuca, al rayar el alba.
A la hora del desayuno, previo a partir con rumbo a la Escuela México de Idiomas, ya desaparecida, ubicada en lo que hoy es el “Barrio Mágico” de El Arbolito.
Las pantallas de las lámparas golpeaban el techo; los picaportes metálicos de las puertas interiores golpeteaban contra las paredes.
Nadie se imaginaba nada, mucho menos mi madre, que apuraba la preparación del lunch, tampoco mi padre, que ya “calentaba” la VW Caribe para salir corriendo porque, como siempre, ya era tarde y el niño apenas iba a desayunar.
La niña dormía con el placer de no tener nada que hacer a esas deshoras.
Sin la costumbre de desayunar con la televisión encendida, sino con El Sol de Hidalgo, siempre, a veces el Excélsior o El Universal, desde luego sin internet, sin redes sociales, sin teléfonos celulares, en 1985 debíamos esperar casi al otro día para saber qué pasó.
La información de la tragedia no tardó tanto: telefonazos para preguntar por familiares radicados en el entonces Distrito Federal, buscar algo en la tele o en la radio.
La angustia y la desesperación llegaron más rápido que la misma información del horror.
Cientos, ¿miles, quizá? de personas que viajaron a la gran ciudad herida, para buscar a sus seres queridos. Cientos, miles, que ya no los encontraron.
Cuatro décadas exactas, poco aprendizaje, mucho miedo al mes de septiembre, “septiemble”, dice el humor negro infaltable.
Terror al 19 de septiembre maldito, que tantas miles de vidas se ha llevado por alguna inexplicable, funesta y diabólica casualidad.
40 años.
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