Hasta el final del camino
Julio Menchaca llegó al gobierno de Hidalgo con la bandera de la transformación y, en muchos sentidos, ha cumplido.
No solamente haber sacado al PRI, partido del que emergió, de las oficinas gubernamentales del estado, sino comenzar una nueva forma de hacer política y de administrar los recursos públicos.
La reducción de la deuda estatal es un dato contundente en un país donde los estados suelen endeudarse con ligereza. En Hidalgo no. La administración ha demostrado disciplina financiera y un orden que se refleja en la salud de las arcas públicas.
Otro logro, quizá el más visible, es la histórica llegada de inversiones. Nunca antes el estado había captado tal volumen de capital nacional y extranjero, con proyectos que prometen empleo, crecimiento regional y una modernización que Hidalgo venía postergando desde hace décadas.
No es exagerado decir que el gobernador ha colocado al estado en el mapa económico con una contundencia inédita.
Pero, junto con los aciertos, aparecen decisiones que generan ruido.
Ruido innecesario.
Una de ellas es la insistencia en realizar una consulta de revocación de mandato. Una consulta que, más allá de la retórica democrática, tendrá un costo millonario. ¿De verdad Hidalgo necesita gastar cientos de millones de pesos en un ejercicio que en nada resolverá la vida de los ciudadanos? ¿No sería mejor canalizar esos recursos a infraestructura, salud, seguridad o educación?
La paradoja es evidente: mientras se presume disciplina en el manejo de la deuda y se celebran inversiones históricas, se plantea un gasto superfluo, innecesario, que luce más como un gesto político-electoral que como una decisión de gobierno responsable.
¿Para qué, gobernador?
Julio Menchaca puede pasar a la historia como el gobernador que modernizó Hidalgo y lo liberó de cargas financieras.
Para ello, necesitará resistir la tentación de la frivolidad electorera y concentrarse en lo que mejor sabe hacer hasta ahora: resultados.
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