Suponiendo… sin conceder

Suponiendo… sin conceder

El repugnante cinismo gobernante

En México, la violencia política de género es una realidad grave y sistemática que ha marginado a miles de mujeres del ejercicio pleno de sus derechos políticos.

No obstante, su reconocimiento legal —fruto de luchas históricas— hoy enfrenta una amenaza insidiosa: su uso oportunista por parte de algunas servidoras públicas que pretenden convertirlo en escudo para encubrir la crítica legítima y el escrutinio ciudadano.

Dos casos recientes ilustran con claridad esta distorsión. En Guerrero, la alcaldesa de Acapulco, Abelina López, ha intentado blindarse de cuestionamientos sobre su cuestionado desempeño y manejo opaco de recursos tras el paso devastador del huracán Otis.

La crítica, por incómoda que sea, no puede reducirse automáticamente a misoginia.

La alcaldesa tiene muy pocas luces, las que tiene las usa para tratar de deslumbrar a los medios de comunicación.

En Tamaulipas, una futura magistrada del Tribunal Electoral del Estado también ha seguido esta ruta. Frente a señalamientos documentados sobre conflictos de interés y relaciones cuestionables con actores partidistas, la respuesta ha sido denunciar violencia política de género.

Lo grave no es que se defiendan sus derechos —eso sería legítimo—, sino que se abuse de una figura diseñada para protegerlos con el fin de silenciar el debate público.

Este uso faccioso no solo desacredita el concepto; lo vacía de contenido y lo convierte en arma de doble filo. Si todo cuestionamiento hacia una mujer en el poder es etiquetado como violencia política de género, entonces ninguna funcionaria podrá ni deberá rendir cuentas. Se establece una narrativa perversa donde la transparencia se interpreta como ataque, y la crítica, como misoginia.

La verdadera violencia de género en la política existe y debe combatirse con firmeza. Pero quienes la manipulan, la banalizan.

Usan el lenguaje de los derechos para blindar privilegios, no para ampliar libertades. En lugar de fortalecer la lucha feminista, la socavan.

Necesitamos instituciones que distingan entre agresión y crítica. Entre violencia y periodismo.

Las mujeres también son ineptas (o corruptas) en el ejercicio público, estos son dos ejemplos muy claros.


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