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Violencia sin nombre: cuando el poder tambalea

Por Yarely Melo Rodríguez.

En Hidalgo, solemos presumir nuestras cifras de seguridad como una garantía de estabilidad. Y es cierto: somos uno de los estados más seguros del país. Pero la seguridad no es solo una estadística. Es, sobre todo, una atmósfera social, una confianza colectiva que permite a las personas salir, trabajar, invertir, caminar y vivir con libertad.

Por eso, cuando esa atmósfera se quiebra, aunque sea por fisuras mínimas, el mensaje es profundo: algo en la arquitectura del poder está siendo desafiado.

Los hechos violentos ocurridos recientemente en Tulay el asesinato de dos elementos de la Policía de Investigación, no son solamente un caso más en la carpeta de seguridad.

Son un punto de inflexión.

No por su espectacularidad, sino por su simbolismo. Porque cuando los agentes encargados de investigar el delito se convierten en blanco del delito, el poder se ve obligado a hacer una pausa y preguntarse: ¿Dónde se fracturó la relación entre el Estado y su capacidad de hacer valer la ley?

Hannah Arendt lo explicó con lucidez: “La violencia aparece donde el poder se halla en peligro, pero abandonada a su propio impulso, conduce a la desaparición del poder”. Esta afirmación no es una advertencia contra la acción estatal, sino un llamado a no confundir la fuerza con la autoridad, ni la reacción con la gobernabilidad.

 El poder verdadero —sostiene Arendt— no necesita mostrarse violento, porque se asienta en la legitimidad, la legalidad y el consenso. La violencia, en cambio, emerge cuando ese poder ya no logra sostenerse por medios políticos, institucionales o morales.

Por eso, cuando el Estado tiene que redoblar operativos, organizar visitas sorpresa o desplegar nuevas estrategias de control territorial, lo que está en juego no es solo la seguridad operativa: es el equilibrio mismo del poder como expresión legítima del bien común.

Y es también la credibilidad de sus instituciones.

No se trata de emitir alarmas, sino de asumir responsabilidades.

La paz pública no es ausencia de conflicto, es la administración justa del conflicto. Y su garantía más efectiva no está en los patrullajes, sino en la confianza ciudadana, en la certeza de que el Estado es capaz de proteger sin abusar, de investigar sin corromperse, de castigar sin venganza.

Hoy más que nunca, Hidalgo necesita preservar esa atmósfera de seguridad que ha sido su principal activo para el desarrollo económico. Porque sin ella, no hay inversión posible, no hay turismo sostenible, no hay proyecto social que florezca. Pero sobre todo, sin paz no hay libertad. Y sin libertad, el poder pierde su razón de ser.

Este artículo no busca sembrar dudas, sino exigir certezas.

Que la seguridad siga siendo una política de Estado, no una reacción episódica.

Que el poder se sostenga desde la ética, la prevención y la inteligencia, no desde la improvisación. Y que nunca olvidemos que donde crece la violencia, lo que peligra no es solo el orden: lo que peligra es el poder mismo.

Yarely Melo Rodríguez.


Abogada, Maestra en Administración Pública
#PoderConPropósito

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