Cuando llegar no basta: el poder de las mujeres atrapado en el viejo pacto
Por Yarely Melo Rodríguez
En los últimos años, hemos celebrado la llegada de más mujeres a cargos públicos. Pero hay una verdad que duele, y que se hace más evidente con cada gestión: muchas de ellas llegan sin experiencia en administración pública, sin conocimiento del aparato burocrático y, sobre todo, sin las condiciones para ejercer el poder con autonomía.
Porque el poder, en demasiados casos, no está en sus manos: está en las de los grupos económicos que financiaron su campaña.
Hidalgo es ejemplo claro de esta simulación. A pesar de tener mujeres en la titularidad de municipios, los espacios neurálgicos de la toma de decisiones siguen ocupados por hombres: la Secretaría Municipal, la Tesorería, la Dirección de Obras Públicas.
Ellos administran, ellos ejecutan, ellos deciden. Ellas firman y asumen la responsabilidad jurídica que de ello deriva.
¿Y por qué esto importa? Porque esos cargos son el corazón operativo de un gobierno. Ahí se gestiona el presupuesto, se planea el desarrollo y se construye el verdadero liderazgo técnico y estratégico que una mujer necesita para crecer en la vida pública. Si no ocupan esos espacios, las mujeres no solo son relegadas, son neutralizadas.
El resultado es un doble vacío: por un lado, mujeres que no tienen las herramientas para ejercer el cargo con eficiencia; por otro, una estructura que las absorbe en el viejo pacto patriarcal: aquel donde se les permite estar, pero no mandar.
Este pacto tiene consecuencias éticas graves. Las mujeres que se prestan a esa simulación, las que aceptan ser pantalla de un sistema de poder masculino y corrupto, no solo pierden credibilidad. Reproducen una violencia política sistematizada, que se disfraza de “inclusión” pero en realidad perpetúa el control de siempre.
Gobernar sin prepararse, sin voluntad de aprender, sin conciencia del poder que se tiene, es también una falta ética. Porque el servicio público exige más que buena intención: exige responsabilidad, conocimiento y decisión para romper con la corrupción estructural.
Las acciones afirmativas, los discursos sobre igualdad, los marcos legales de paridad: todo eso pierde fuerza si no hay una voluntad real de las mujeres para asumir el poder con rigor y con propósito. Y si el Estado no garantiza espacios reales de formación, mentoría y práctica, entonces también está incumpliendo su deber constitucional de construir igualdad sustantiva.
Esta columna no busca señalar a las mujeres que gobiernan. Busca exigir que el poder público no sea otro escenario más para la subordinación disfrazada.
Que las mujeres se preparen. Que ocupen los espacios donde se decide. Que rompan el pacto que las amarra. Porque llegar al poder no basta si no se llega con la voluntad de ejercerlo con ética, autonomía y propósito.
Las mujeres en el poder tienen la oportunidad de inaugurar una nueva práctica pública, basada en el cuidado, la justicia y la transparencia.
Yarely Melo Rodríguez