Cuando la sororidad se esfuma: El miedo de las mujeres que arriban al Poder.
Por Yarely Melo Rodríguez
Llegar a un espacio de poder nunca es sencillo. Para las mujeres, lo es todavía menos. Cada cargo en la administración pública —estatal, federal o municipal— sigue siendo un terreno marcado por la tradición masculina, por la sospecha de que “no pertenecemos ahí” y por la presión de demostrar doblemente la capacidad. Ese peso genera un fenómeno doloroso: muchas mujeres que enarbolaron las banderas del feminismo, una vez instaladas en el poder, se transforman.
Ya no abren puertas a otras mujeres. No forman equipos paritarios. No se convierten en mentoras ni en aliadas. En lugar de eso, se mimetizan en las formas del poder que todos conocemos, ahora callan sus ideales y priorizan la supervivencia.
¿De qué tienen miedo?
El miedo es real. El fantasma de que “las pueden quitar” ronda cada decisión. Las estructuras siguen siendo frágiles y los puestos, precarios: basta un error, un rumor o un desliz para que la permanencia de una mujer se tambalee. Y en ese torbellino de inseguridad, muchas optan por protegerse solas, aun cuando eso signifique cerrar la puerta a otras.
El machismo estructural también opera dentro de nosotras. Es fácil sembrar la competencia femenina con la pregunta envenenada: “¿por qué ella y no yo?”. La sociedad nos entrenó para vernos rivales más que aliadas, y en el poder esa rivalidad puede convertirse en un arma de destrucción interna.
El costo de mimetizarse
Muchas mujeres en el poder prefieren no incomodar, “eligen” adaptarse a los códigos masculinos y demostrar que “pueden estar a la altura”. Pero en ese proceso, la bandera feminista que las impulsó se arruga y se guarda en un cajón, es entonces que, la seguridad, el amor propio y el constructo social funcionan como camisa de fuerza, que les ata de manos y no las deja administrar para quien las eligió.
Quiero dejar claro que lo mínimo que se espera de ellas es que, puedan formar equipos de mujeres, impulsar a nuevas generaciones y sostener la sororidad, porque todo ello no debería ser un lujo, sino la esencia de la evolución de la administración pública. Sin embargo, la cultura del individualismo —tan arraigada en la política— termina imponiéndose. Y cuando la causa común se diluye, la permanencia de todas se pone en riesgo.
El juego de siempre
Lo más peligroso es caer en el juego de siempre: reproducir las viejas prácticas de división, aislamiento y competencia feroz. Eso es justo lo que ha complicado el arribo de las mujeres al poder.
He sido muy constante en mi columna con esta sentencia: No basta con ocupar los espacios; hay que permanecer y multiplicar nuestra presencia. Si cada mujer en el poder se convierte en isla, el sistema se mantiene intacto.
Romper el pacto del miedo
La pregunta es inevitable: ¿cómo romper con estas prácticas? La respuesta comienza con conciencia. Reconocer que el miedo existe, pero también que no podemos dejar que el miedo gobierne nuestras decisiones, como mujeres en el poder, debemos entender que cada vez que una de nosotras cierra la puerta a otra, en realidad, está debilitando su propia permanencia.
Romper con el pacto del miedo exige un nuevo acuerdo:
• Equipos paritarios como regla, no como excepción.
• Mentorías reales, donde una mujer con poder impulse a otra a crecer.
• Redes internas de apoyo, capaces de sostenernos en los momentos en que la política busca quebrarnos.
• Un compromiso colectivo para no repetir la vieja estrategia de enfrentarnos entre nosotras.
Conclusión: del temor a la alianza
Sí, es normal que dé miedo ocupar espacios que antes eran de hombres. Sí, es sencillo hacernos tambalear. Pero más riesgoso aún es perpetuar el aislamiento y la competencia que nos divide.
El verdadero pacto entre mujeres no se mide en discursos, sino en la capacidad de convertir la presencia individual en una fuerza colectiva. Si logramos vencer el miedo y tejemos alianzas firmes, las mujeres no solo llegaremos al poder: permaneceremos en él y lo transformaremos.
Yarely Melo Rodríguez
Abogada, Maestra en Administración Pública
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