Opinión. Suponiendo…sin conceder

Opinión. Suponiendo…sin conceder

La patraña y la violencia, hijas del mensaje pendenciero

No son las palabras, dichas al aire, esputadas con precisión.

Es la mirada, fría y contundente, con la que ordena: “ataquen”. 

El atril de la mañanera es su fortaleza, inapelables las órdenes del político experimentado que sabe dónde está la instrucción que debe destacar, sin siquiera mencionarla. 

En Palacio Nacional, o donde quiera que viaje el atril madrugador, todo es admiración para el señor Presidente. 

Difícil saber dónde terminan los elogios honrados y dónde comienzan las manifestaciones de servilismo. 

Pero es en ellas donde está el peligro: la orden se cumple a como de lugar, faltaba más. 

La más reciente víctima de esa ósmosis política fue la ministra Norma Piña, Presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. 

Es, acaso, la mujer más poderosa a la que el presidente ha confrontado, pero no la única. 

Lily Téllez, Denisse Dresser, Carmen Aristegui, Xóchitl Gálvez e incluso Elena Poniatowska han caído en las fauces de las catervas virtuales, luego del sutil mandato.

La violencia virtual trasciende en cualquier momento a la real, si la Ministra hubiese estado en lugar de la piñata con su rostro…lo sabemos. 

La imitación que pretenden hacer los seguidores del presidente, de este mecanismo conductor, es aún más peligrosa. 

Sin las tablas políticas, sin su experiencia y destreza non en el arte del discurso político y demagógico, representan un verdadero riesgo para la estabilidad social. 

Hay instrucciones veladas que podrían no entenderse en su verdadera acepción: “Debemos vernos como adversarios a vencer,  no como enemigos a destruir”.

Ojalá los propagandistas del oficialísimo lo entiendan en el más estricto de los sentidos. 

Por el bien de todos.

PALABRA ES ACCIÓN 

El himno compuesto al Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, un bodrio insultante para el más elemental sentido musical, deja sin importancia su lado artístico. 

El doctrinal es el que salta, la alarma a todo volumen, ante el manifiesto cuasi fascistoide que implica el cántico, una oda al elogio en boca propia. Vituperio… 

Si al menos hubiesen contratado un coro profesional.

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