El “llamado a la unidad”, entre chapulineos colectivos.
Por: Fernando Hidalgo Vergara
Es una verdad sabida que los arraigos ideológicos no forman parte del ecosistema político mexicano.
Y no forman parte de él por la sencilla razón que son un estorbo para los intereses económicos y políticos, en ese orden, de quienes bregan en el mar de la pugna electoral.
Eso les ha dado lenidad y holgura a las más firmes convicciones partidistas y, si acaso las hubiere alguna vez, las políticas y morales.
Llamar “a la unidad” es un recurso discursivo fácil, una frase hecha, un lugar común entre actores -y actrices-de la política.
La verbigracia nos regala pasajes infames como el de Ricardo Crespo Arroyo, quien en un lapso menor a un lustro ha transitado por tres partidos políticos.
El más reciente, por supuesto, el que ahora tiene las más boyantes posibilidades de brindarle una posición de poder.
También, el de Jorge Hernández Araus y el grupo que lo propulsa, el de la UAEH, alentando ahora al secretario de gobernación, Adán López Hernández.
En Morena no le pierden; Hernández Araus es coordinador de ese partido en el congreso del estado, otras expresiones de ese movimiento han apuntado abiertamente a otras “corcholatas” como peyorativamente llama el propio presidente a sus otrora conocidos como “tapados”.
El PRI ha mostrado contar con estándares de elegibilidad muy poco exigentes, aún y cuando en los más recientes procesos y para el que se avecina, su “caballada” no es flaca, es famélica.
Llamar a “la unidad” en la raigambre (antecedentes, costumbres e intereses que le dan solidez a algo) política mexicana es diversificar las oportunidades de colocarse, no donde la razón y convicción indiquen, sino donde lo que se pueda agarrar, se agarre sin rubor.