Hablemos de espectáculos o deportes, para no molestar a nadie
Por: Fernando Hidalgo Vergara
Uno de los más grandes exponentes de la hipocresía política fue el francés Joseph Fouché, llamado por su biógrafo, el austríaco Stefan Zweig, como “el Genio Tenebroso”.
Su genio y su tenebra consistieron en saber escurrirse entre los recovecos políticos de su tiempo, entre girondinos y jacobinos como si hubiese nacido con la ideología de cualquiera de esos dos grupos antagónicos.
Vaya, como si en la actualidad cualquiera pudiera deslizarse con sutil elegancia del PRI al PAN, del PAN al PRD y de ahí a Morena, sin que nadie le reproche ni le recuerde nada.
Casi no hay ejemplares así, sólo fue un símil.
Sin embargo, el arte escurridizo de Fouché le permitió escalar posiciones políticas sin importar qué grupo dominaba la escena en el momento en que debía decidir la ruta a seguir.
Su camaleónica destreza le favoreció para mantener su influencia con los grupos poderosos a los que alguna vez atacó no solo en público sino, sobre todo, en privado.
Esos ataques finos, precisos y ocultos, que constituyen la esencia de la política de entonces y de la actual.
A Fouché no le importaba ejecutar órdenes terminantes ni fatales en contra de quienes alguna vez fueron sus compañeros, y aun sus amigos, si en ello estribaba su propia estabilidad.
Llegar, o mantener el poder era la misión superior que le permitía apuñalar artera y repentinamente a quien momentos antes había dado el calor de la palma de su mano.
Mentir, robar, traicionar, nada le detuvo para buscar el poder, llegar a él o mantenerlo para si.
Sobre todo mentir, con pasmosa tranquilidad y destreza, en aras de su bienestar.
La mentira y la hipocresía son las armas de la política en el pasado y en la actualidad, es una verdad de Perogrullo que se gana su lugar en la historia.
En fin, ya no hablamos de espectáculos o de deportes, centramos este texto en lo que se pensó desde el inicio de este proyecto, el uso y disfrute de un derecho elemental, como es el de expresarse en torno a los acontecimientos políticos, sociales y de todo sentido que tenga interés público sin que se reciban reclamos y reproches de jacobinos y girondinos.
La única restricción es la certeza de la responsable sustentación de los hechos relatados.
Y esa, sin duda, no ha faltado.