En Códice

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El poder que viaja en las Palabras

“Son solo palabras, y las palabras son todo lo que tengo”.

Por Daniel Zárate Ramírez

En este abril de 2025, la frontera entre el norte y el sur se ha convertido en un escenario donde las palabras pesan más que los números.

De un lado, una voz que retumba desde el púlpito del poder en el país vecino, anunciando barreras arancelarias como si fueran un decreto de guerra económica. Del otro, una respuesta que sale desde el corazón político del sur, envuelta en calma pero cargada de intención. 

No es solo un choque de políticas; es una partida donde la comunicación define quién manda y cómo se sostiene.

El líder del norte apuesta por un discurso que corta como navaja. Habla de proteger lo suyo, de castigar al que cruza la línea (sea con mercancías o con culpas ajenas). Es un mensaje que no se anda con rodeos: señala al sur como el origen de males económicos y sociales, y lo hace con frases que se pegan en la mente de quien escucha. “Son solo palabras, y las palabras son todo lo que tengo” como dice la canción de los Bee Gees. 

Y vaya si lo logra: esa claridad, ese tono que no pide permiso, le da fuerza. 

Su audiencia (los que sienten que el mundo les debe algo) lo recibe como un eco de sus propios miedos y esperanzas. Ahí está el truco: cada declaración es un reflector que lo mantiene en el centro, un micrófono que no suelta. La comunicación, en sus manos, es un ariete que abre puertas y calla dudas, aunque el costo económico empiece a asomarseen los titulares.

En el sur, el juego es otro. La figura al mando elige un camino de palabras medidas, como quien camina sobre un cable sin red abajo. No hay gritos, sino argumentos que desarman las acusaciones con cifras y promesas de diálogo. Es un discurso que no busca el aplauso fácil, sino sembrar la idea de que el control está en casa, no al otro lado de la frontera. 

Habla de cooperación, de interdependencia, y lo hace desde un atril que respira rutina cotidiana, un espacio que ya es parte del día a día de su gente. Ese estilo le da poder de otra clase: el de la estabilidad, el de quien no se deja arrastrar por el torbellino del vecino. 

Su fuerza no está en la confrontación, sino en la imagen de alguien que sabe hacia dónde va, incluso cuando el viento sopla en contra.

Así, la comunicación se convierte en el eje de esta pulseada. Para el norte, es un arma de impacto inmediato, un altavoz que lo hace invencible entre los suyos y le da ventaja en la negociación dura.

Para el sur, es un escudo que contiene el golpe y un mapa que traza el rumbo, ganándole tiempo y confianza en un terreno movedizo. Ambos saben que no es solo lo que dicen, sino cómo lo dicen y dónde lo sueltan. 

Mientras las tarifas suben y los mercados tiemblan, son las palabras -afiladas o templadas- las que mantienen el tablero en pie. Y en este juego, el poder no está en los aranceles, sino en quién logra que su historia sea la que se quede grabada en la memoria colectiva.

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