Rigor Prospectivo
“El ritmo de la información no lo marca el deseo de saber, sino el grado de certeza con el que se puede hablar.”
Por Daniel Zárate Ramírez
Hay momentos en los que comunicar no es una opción, sino una responsabilidad. Pero también los hay en los que el silencio es parte del deber.
Esta semana se dijo una frase que me parece precisa y oportuna: “no se puede informar algo que no está comprobado, algo que no está sujeto a un análisis serio y formal”.
Quienes hemos trabajado cerca de la toma de decisiones sabemos que no todo lo que ocurre está listo para hacerse público, y que la prudencia no es sinónimo de autocensura.
Lo que aún no se entiende, al menos fuera de ciertos círculos, es que el ritmo de la información no lo marca el deseo de saber, sino el grado de certeza con el que se puede hablar.
Esta lógica tiene sentido cuando se está ante procesos administrativos, investigaciones técnicas o deliberaciones jurídicas, choca con la dinámica mediática actual que requiere de inmediatez y puntualidad.
La presión por tener algo que decir, y que además sea viralen redes, marca agenda. Para muchos medios, una pieza de información que no genera interacción es una oportunidad perdida.
Lo preocupante es que, en ese impulso, permea indebidamente la idea, de que el silencio equivale a negligencia. Y no lo es. Administrar la información mientras se verifica, mientras se confirma, mientras se establece el contexto, es un ejercicio de ética profesional del comunicador social e institucional.
Al mismo tiempo, existe otra circunstancia opuesta que también es cierta, pero desde otra perspectiva, desde la acción gubernamental y posicionamiento de imagen: en ese caso, cuando no hay nada que informar, el área de comunicación social tiene el deber de generar contenido, justo para que los espacios en blanco sean difundidos con información oficial y dirigida, y no con especulación periodística ante la ausencia de datos.
Esta idea no se refiere a inventar, sino a construir mensajes que mantengan vivos los canales, que sostengan una narrativa institucional y que acerquen a la ciudadanía a los temas importantes.
No se trata de saturar el espacio con datos sin sustento, sino de difundir lo que sí se puede, de encontrar ángulos que ayuden a comprender mejor la función pública, incluso cuando no haya coyuntura.
Puestas una frente a la otra, ambas posturas parecen incompatibles.
Pero no lo son. Lo que cambia es el objetivo del mensaje. En un caso, se trata de comunicar con rigor; en el otro, de mantener el vínculo.
No es una contradicción: es una tensión que requiere inteligencia para administrarse. Saber cuándo esperar y cuándo intervenir es parte del oficio.
La comunicación institucional no debe medirse por su capacidad de informar, sino por su habilidad para sostener la confianza en los tiempos largos, esos en los que no hay likes, pero sí consecuencias. @DanielZarate70