Coherencia narrativa
La columna de esta semana la dedico a mi amigo Jorge Martínez López.
Daniel Zárate Ramírez
La comunicación política no se fundamenta solamente enslogans o campañas bien producidas. Es, en el fondo, un ejercicio de escucha, de empatía y de interpretación del pulso de la sociedad. Actualmente la ciudadanía está más informada (y por lo mismo más escéptica), la comunicación política eficaz no puede limitarse a repetir fórmulas que dieron resultado en épocas anteriores: debe adaptarse, reinventarse y, sobre todo, ser coherente.
Una de las estrategias que ha dado mejores resultados, y generalmente subestimada, es la narrativa auténtica. Las personas no conectan con cifras abstractas ni con tecnicismos vacíos, pese a que hay informadores que desarrollan sus notas con datos duros; deben conectar con historias. Una campaña que logra construir un relato con raíces humanas, con matices y contradicciones, tiene más posibilidades de generar vínculos reales. No se trata de dramatizar, sino de hacer visible lo que suele ser invisible: el trayecto, el esfuerzo, el conflicto, y sobre todo la transformación.
Otra estrategia fundamental es la presencia constante y permanente, más allá del calendario electoral. La política no es solo en las plazas públicas, sino también en redes sociales, en entrevistas informales, en conversaciones espontáneas. La figura pública que solo aparece en época de campaña genera distancia. En cambio, quien mantiene una comunicación fluida, aunque sea imperfecta, logra construir una imagen cercana. En este sentido, la naturalidad vence al guion. Las audiencias huelen lo acartonado y forzado a kilómetros.
La adaptabilidad también es clave. La comunicación política no puede depender de un solo canal ni de un único tipo de mensaje. Hay que saber leer el momento. A veces conviene hablar con contundencia; otras, guardar silencio. Hay momentos para la formalidad institucional y otros donde se impone el tono coloquial. La rigidez comunicativa es enemiga de la eficacia.
No se puede dejar fuera la ética del mensaje. Hoy más que nunca, la ciudadanía exige transparencia. La sobreinformación ha provocado fatiga, pero también ha afinado el olfato del público ante la mentira o la manipulación. Una estrategia que apueste por la verdad, por incómoda que sea, tiene más futuro que aquella que intenta imponer un relato a fuerza de repetición.
Finalmente, la escucha activa como parte de la estrategia general. No basta con hablar bien: hay que saber leer el ánimo social, interpretar lo que se dice en los barrios, en las redes, en los cafés. La comunicación política efectiva es bidireccional. Quien escucha, acierta; quien impone, pierde.
En síntesis, las mejores estrategias de comunicación política son aquellas que combinan coherencia, narrativa, flexibilidad, transparencia y sensibilidad social. No hay fórmulas mágicas, pero sí hay principios que, si se respetan, permiten construir una comunicación verdaderamente política: aquella que no solo informa, sino que con adelantélíneas atrás, transforma.
La columna de esta semana la dedico a mi amigo Jorge Martínez, con quien compartí mucho más que redacciones y titulares. Cofundamos juntos, con otros entrañables colegas, aquella aventura llamada Diario Síntesis, sin saber entonces cuánto marcaría nuestras vidas.
Jorge no solo fue un periodista brillante y crítico, fue un ser humano generoso, agudo, de esos que sabían escuchar entre líneas y escribir desde la razón. En sus últimos días, seguimos conversando con el afecto intacto.
Las letras de este escrito también soy tuyas, amigo. Como tantas otras que escribimos juntos,y las que nunca se imprimieron, pero quedaron. @DanielZarate70