Alito y Noroña
la vergüenza parlamentaria
Lo ocurrido entre Alejandro Moreno Cárdenas y Gerardo Fernández Noroña es más que un altercado personal: es un episodio lamentable que exhibe el vacío ético de la política mexicana. Dos actores públicos con larga trayectoria, que deberían encarnar la deliberación democrática, terminaron protagonizando un acto de violencia reprobable que degrada al debate público.
La política no puede ni debe resolverse a golpes, gritos o amenazas. La Constitución establece que México es una república democrática y representativa, lo cual obliga a sus representantes a discutir con razones, no con puños. Cuando un dirigente partidista y un legislador se insultan y agreden, el mensaje que envían a la ciudadanía es devastador: que el poder se ejerce desde la fuerza y no desde la ley ni el diálogo.
Más grave aún, este tipo de espectáculos deslegitiman a las instituciones. ¿Con qué autoridad podrán hablar de respeto, de acuerdos, de civilidad, quienes reducen la política al terreno de la violencia? La gente ya desconfía de los partidos; cada episodio como este solo profundiza esa crisis de credibilidad.
Alejandro Moreno y Gerardo Fernández Noroña le deben una disculpa pública a la sociedad. Pero más allá de eso, deben entender que su responsabilidad no es alimentar el circo mediático, sino demostrar que la política puede ser un espacio de altura. Porque cuando la violencia entra a la arena política, pierde la democracia y gana la barbarie.