La propaganda política y sus frustraciones
«No hay propaganda buena ni mala», dicen quienes no tienen la menor idea de propaganda.
La deleznable ortografía que el expresidente Vicente Fox Quesada exhibe en sus redes sociales tiene que ser «pensada», por llamarle de alguna manera.
Es absurdo creer que, en verdad, tiene esa enorme incapacidad intelectual; que un hombre que «estudió» en una universidad de tal prestigio como la Iberoamericana publica disparates de semejante envergadura.
Quizá, incluso, sería más creíble que la persona que maneja sus redes sociales sea la responsable de semejantes dislates. «El becario», como se dicta la moda de hoy decir.
Vicente Fox, como buen «derechoso», no tiene todas las luces intelectuales consigo, pero esto ronda los límites más elementales.
Sus atentados a la ortografía y escritura en general son tan grotescos como excesivos, para alguien que llegó al más alto cargo político en el país.
Son, como explicara su vocero, Rubén Aguilar, «provocaciones», eufemismo cuasi filosófico para definir traspiés y una concepción demencial de la «propaganda», esa de la que no hay ni buena ni mala.
Ese concepto, implica que cualquier político, o política, podrá, en aras de la popularidad, realizar o decir cualquier tontería que eleve sus bonos y conocimiento entre la gente.
Bajo esa premisa, atestiguamos los exabruptos del expresidente Fox; videos, tan lastimosos, como el de la excandidata al Gobierno hidalguense, Carolina Viggiano, «boxeando» para demostrar fortaleza; fotos de folders con «nombramientos políticos» como los del exdiputado local, Ernesto Vázquez Baca.
La frase es falsa, sí existe propaganda buena y propaganda mala. Tan falsa como la buena y profusa imagen que pretenden lograr quienes la llevan a la práctica.
Quien no sepa diferenciarla, pasará a la historia, sin duda, como alguien ampliamente conocido entre la población.
Ampliamente conocido por su vocación y reputación cómica; por hacer o decir barbaridades. Y nada más.