La tragedia y el “Primor”: Impunidad reciclada
En México, la impunidad no es un “daño colateral” del sistema político: es su combustible.
Lo que debería ser un mecanismo de justicia, por las promesas con que se nos ha llenado la cabeza, se ha convertido en un trampolín para relanzar carreras políticas y blindar biografías manchadas.
No es casualidad que personajes con expedientes negros abiertos, cuestionamientos graves o cuando menos señalamientos de corrupción no sólo no enfrenten consecuencias, sino que reaparezcan vestidos con nuevos colores partidistas, como si el cambio de siglas fuera una absolución.
Ahí está el caso de José María Tapia, extitular del FONDEN durante el sexenio de Enrique Peña Nieto y exsenador priista, acusado de corrupción en el manejo de recursos para desastres naturales —fondos que debieron aliviar tragedias, no financiar ambiciones—.
Hoy, lejos de rendir cuentas, es precandidato de Morena para gobernar Querétaro. Un botón de muestra de cómo el sistema no castiga: recicla.
El caso le explotó grotescamente en la cara a la presidenta Claudia Sheinbaum.
O el de Mariana Benítez, actual diputada federal de Morena, quien hace apenas un par de días defendía la reforma regresiva a la Ley de Amparo —una norma que restringe derechos y limita la posibilidad de que la ciudadanía se defienda frente al abuso de poder—.
Benítez fue subprocuradora en tiempos de Jesús Murillo Karam al frente de la PGR, hoy se presenta como parte del proyecto transformador. La impunidad, al parecer, también puede maquillarse de renovación.
Y si bajamos la mirada a Hidalgo, los ejemplos sobran: expriistas con historiales cuestionables que migran a Morena no por convicción, sino por conveniencia. Por supervivencia.
Esos que un día atacaron con rabia a quien hoy, indignamente, lambisconean.
Quienes antes tejían redes de poder al amparo del viejo régimen ahora se escudan bajo el manto de la autoproclamada “Cuarta Transformación”.
No buscan servir; buscan evadir el peso de la justicia, César Román “N” y su grosera exhibición de riqueza para pagar su defensa legal; Jessica Blancas, a quien el manto protector de los acuerdos cupulares mantiene en libertad.
La gran tragedia es que este reciclaje perpetúa un sistema donde la lealtad política vale más que la rendición de cuentas.
Quien ayer fue señalado por corrupción, hoy recibe candidaturas, fuero y tribuna. Quien debió enfrentar un tribunal enfrenta un templete. Así, la política mexicana sigue siendo un refugio, no un espacio de escrutinio.
Mientras esto no cambie —mientras los partidos se sigan usando como lavadoras de pasados oscuros—, la llamada “ transformación” será apenas un cambio de logotipo sobre la misma estructura podrida..
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