La política utilizada como marketing, con presupuesto público
En la política contemporánea, la verdadera modernidad no está en los tuits ni en los discursos reciclados, sino en la capacidad de escuchar. Pero cuando la autocomplacencia se disfraza de vanguardia, toda crítica se toma como ataque y toda diferencia como traición.
No hace falta adivinarlo: Miguel Tello, titular de la Unidad de Planeación dirá que “están anclados a la vieja política” mientras exhibe en redes a quien piensa distinto. Es la pedagogía del poder: corregir al ciudadano hasta hacerlo coincidir con la línea oficial.
El problema no es la firmeza, sino la convicción de poseer la verdad absoluta. Porque cuando el gobierno asume que educa al pueblo, la democracia se convierte en aula y el diálogo en sermón.
Innovar no es imponer. Es saber escuchar.
Lo desafortunado no es copiar, sino presumirlo como innovación. Medio siglo después, regresa la vieja idea de otorgar una tarjeta a la juventud, ahora con el aderezo de la “era digital”. La Tarjeta Joven Hidalgo se presenta como novedad, pero su origen se remonta a 1976, cuando el desaparecido Consejo Nacional de Recursos para la Atención de la Juventud (CREA) lanzó la Tarjeta Plan Joven durante el gobierno de José López Portillo.
Desde entonces, el guion se repite: gobiernos federales y estatales relanzan la misma propuesta con distinto nombre, diseño y logotipo, pero con idéntico desenlace: el olvido. Las décadas pasan y la única constante es la falta de resultados.
La juventud no necesita una tarjeta más, sino políticas públicas reales que trasciendan la foto y el registro digital. Innovar no es reciclar viejas ocurrencias; es entender que los jóvenes merecen futuro, no souvenirs administrativos.
Creer que la principal problemática de los jóvenes es conseguir descuentos en locales comerciales revela más la visión del empresario que la del servidor público.
No es casual: Tello, propietario de una cadena de cafeterías llamada Café Madero, impulsa la idea del consumo como política juvenil. Tan es así, que el video de lanzamiento de su programa se grabó precisamente desde su propio negocio.
Sobran los ejemplos del fracaso: la tamaliza que no benefició ni a la población ni a los tamaleros; el festival de barbacoa que, con astucia poco ética, adelantó su fecha para ganarle a Actopan; la penosa petición de solicitar likes para poder realizar la rehabilitación de espacios públicos; o el más reciente tropiezo, al presentarse como escritor de un libro sobre plantaciones comunitarias durante la Feria del Libro Infantil y Juvenil.
Esa no es política juvenil: es marketing con presupuesto público. La juventud no necesita descuentos ni espectáculos, sino políticas reales que la escuchen y la incluyan, no que la usen como clientela.
Este joven está utilizando la administración pública como story board para una serie cómica o para un stand up, y por ello, tal vez sea quien menos le ayuda al mandatario estatal. Si no basta con ser amigo de un gobernador para tener un puesto de alto nivel, hay que saber honrarlo.
El problema no es la soberbia. Es creerse innovador sin serlo
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