Cazador de erratas, novela de James Nuño, en Pachuca…después del libro de Miguel Tello
En esta entrega, compartiré de forma íntegra un texto publicado por James Nuño, escritor y editor jaliscience nacido hace 41 años.
Va el texto:
Storytime de cómo casi nos levantamos y suspendemos la presentación de mi novela en Pachuca.
El martes pasado viajé a la capital hidalguense para presentar mi más reciente novela, 𝗖𝗮𝘇𝗮𝗱𝗼𝗿 𝗱𝗲 er𝗿𝗮𝘁𝗮𝘀, en la Feria del Libro Infantil y Juvenil de Hidalgo.
Llegamos al recinto unos 15 minutos antes de las 6 pm, hora a la que esta programado nuestro evento. Viendo que la presentación previa aún estaba en curso —un libro sobre economía solidaria: un tema, pensé, algo avanzado para infancias y juventudes, pero quién soy yo para juzgar—, decidí darme una vuelta por la feria.
Regresé a la sala a las seis en punto y la presentación aún seguía. «Bueno», dije, «a todos se nos puede pasar un poco el tiempo en estos eventos». A las seis con cinco minutos, el presentador dice «Ahora abriremos la ronda de preguntas y respuestas».
Y hay una pregunta. Y luego una respuesta. Larga. Luego otra pregunta. Luego otra respuesta, aun más larga. Luego otra. Veo el reloj y son ya las seis con veinte. Nos asomamos a hacer presión, a preguntar. Pero el tipo sigue arriba hablando.
Luego, con todo el cinismo del mundo, dice algo como «Ya casi nos están corriendo.Tenemos tiempo para una última pregunta».
Por fin, a las seis y media, el autor baja del escenario y camina por el pasillo, saludando a todo el mundo, sonriendo a las cámaras, agradeciendo a los asistentes de manera mesiánica.
Mi querida amiga Ilallalí Hernández Rodríguez, quien me haría el honor de presentar la novela, me explica que es un funcionario público, de nombre Miguel Tello, uno, además, que ya ha protagonizado algunos escándalos y periodicazos por su, llamémosle, peculiar manera de conducirse. Veo alrededor y el gran despliegue de banners y mantas con su nombre en letras grandes ahora cobra sentido.
Cuando nos lo topamos a medio camino, entre el caos de gente, Gigi, le pregunta que cómo es posible que haya cometido esa falta de respeto. Él hace cara como de “Ups”. Y ya. Sigue con su desfile.
Son casi las seis con cuarenta. Ilallalí y yo estamos ya arriba del escenario. El presentador nos anuncia y lee nuestras semblanzas, pero el barullo del político al otro de la sala es tal, que apenas si podemos escucharle, a pesar de las mamparas que la gente de la feria está poniendo para intentar aminorar el escándalo.
Ilallalí me dice: «Pienso que deberíamos cancelar. Levantarnos de aquí en este momento a manera de protesta y dejar en claro que esto que está pasando no está nada bien». Xavier Rodriguez Casas, su esposo y uno de los seres de luz más bellos de la tierra, quien además registró el evento, piensa que quizá es una buena opción.
Confundido e incómodo, estoy a punto de decirle que sí. Pero entonces volteo a las sillas del público y veo que hay ya algunos presentes, gente que, sin conocernos, ha venido a la presentación. Le digo que por respeto a ellos, prefiero continuar. Aunque, convenimos, sí es necesario alzar la voz, decir algo, señalar el incidente.
Así pues, Ilallalí hace el uso de la voz y da un breve pero contundente discurso acerca de cómo este tipo de cosas no puede estar pasando; de cómo ciertos funcionarios con ínfulas de influencers buscan el reflector a toda costa, con una escandalosa urgencia por figurar, incluso si eso implica ocupar espacios de supuesta resistencia y alteridad, como lo es una feria del libro.
Una vez dicho esto, enlaza el discurso con el tema de la novela y me pasa la voz.
Antes de comenzar, le agradezco sus palabras, y la secundo: la solidaridad no solo debe estar en la economía, sino también en la cultura, en las artes, en la literatura, en cada expresión humana, en el comportamiento y la dignidad que les damos a los otros.
Aun con el coraje en la tripa, comenzamos a hablar de la novela y poco a poco las cosas van fluyendo, hasta que por un momento se nos olvida el altercado y todos, presentadores y público, nos sumimos en un diálogo sobre las historias, el lenguaje, los papás horribles.
Uno de los asistentes nos contó que andaba en una farmacia cercana y entró a la feria por casualidad, que después de escuchar la presentación se había alegrado de su decisión y lo tomaba como casi casi un acto del destino. Otro, después, me confesó que no era un gran lector, pero que en los últimos años los libros —las historias— habían restaurado la relación con su hijo, a quien en ese momento abrazó con una enorme sonrisa. Y ya. Con eso.
Supe que habíamos hecho lo correcto. Porque es necesario levantar la voz. Porque es necesario reclamar nuestros espacios. No permitir que nos desplacen. Porque escribir, leer, publicar y compartir historias también es resistir, también es crear lazos fuertes y crear un frente común.
Y ya. Nos fuimos a casa a celebrar, a reunirnos con nuestros amigos. A seguir compartiendo y creando historias. Acá unas fotos que dan fe de ello.
Gracias a los asistentes —a esta y a todas las presentaciones y actividades dedicadas al libro—. Gracias a los amigos y la familia que nos apoyan, y a los lectores que se suman —y que, por ello, se vuelven amigos, familia—.
Nos vemos en la próxima.
Hasta aquí el texto de Nuño.
Un abrazo a Ilallalí Hernández, amiga y compañera de aula.
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