Otra vez, el “llegamos todas” como discurso ramplón
En el país donde todos los días son asesinadas, violentadas o desaparecidas mujeres, el gobierno federal ha decidido reducir, prácticamente a la nada, el presupuesto destinado a los refugios para víctimas de violencia.
Es un golpe brutal que se disfraza de austeridad, pero que en el fondo exhibe una constante de la llamada Cuarta Transformación: el desprecio sistemático hacia los esfuerzos que protegían, aunque de manera imperfecta, a las mujeres en situación de riesgo.
Los refugios no son un lujo burocrático, son muchas veces, la única línea que separa a una mujer y a sus hijos de la violencia, de la muerte.
Reducir el presupuesto equivale a dejarlas solas, sin protección, sin acompañamiento legal, sin atención psicológica, sin la red mínima para sobrevivir a un entorno de violencia.
El discurso oficial dirá que ahora habrá programas “integrales” y que los apoyos llegarán “directo a la gente”. La realidad es otra: se eliminan mecanismos que funcionaban, para improvisar soluciones clientelares, manejadas desde oficinas que nunca han atendido un caso real de violencia intrafamiliar.
El patrón es claro: Primero fueron las estancias infantiles, después los programas especializados, ahora los refugios.
La 4T parece convencida de que lo social se resuelve con transferencias y discursos, aunque en la práctica signifique condenar a miles de mujeres a permanecer con sus agresores o a ser una estadística más en las cifras de feminicidio.
En este tema no hay ideología ni demagogia que valga.
Hay vidas de por medio y lo que está haciendo este gobierno, con la reducción al mínimo de los refugios, no es austeridad: es indiferencia criminal.
¿Llegaron todas? Solo las que no levantan la voz por quienes realmente están en la indefensión.
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