19 de septiembre. Crónicas, a cuatro décadas.

19 de septiembre. Crónicas, a cuatro décadas.

Escribe: Natividad Castrejón Valdez *.

Llegué al (entonces) DF en el verano del 82, me aceptaron en la UNAM y de mi pequeño pueblo partí a la capital con la arrogancia de mi juventud y con la ingenuidad de quien no sabe lo que le espera: me fui con ahorros para vivir dos meses, sin ninguna promesa familiar de brindarme algún apoyo regular, sin conocer la ciudad, sin algún contacto familiar para tocar base.

Experimenté la parte oscura de la ciudad, nada era fácil, todo se me complicó.

Buscando trabajo, ya por diciembre, conocí una empresa que después supe que les llamaban “de multinivel”.

Aún no sé realmente cómo sobreviví. Al año abandoné la universidad.    

Conocí un instituto que ofrecía prepararnos como “Instructor de Relaciones Humanas”; años después, derivó en “Facilitador de Desarrollo Humano”, sin validez oficial pero podías registrarte en la Secretaría del Trabajo como “Capacitador” en esos temas. 

Mi formación teórico-práctica duró dos años de tiempo completo, incluía sábados, domingos y días festivos, pues operaba los 365 días del año.

Me gradué más por instinto de conservación que por cualquier otro talento o proyecto. 

En el proceso, me enamoré de una chica que andaba igual de extraviada que yo.

Sin experiencia, nos embarazamos y llegó la primera de mis hijas en febrero del trágico 1985. Meses antes, al graduarme, la empresa me dio trabajo y en ese tema la vida me dio un respiro. 

El 18 de septiembre, con mi esposa y dos parejas de amigos, fuimos a festejar nuestro primer aniversario de casados. 

El festejo se prolongó, llegamos a casa cerca de las 5 de la mañana. A la hora del temblor yo estaba fumigado, escuché gritos de mi esposa, quien corrió a ver a la niña, yo solo me quedé sentado en la cama, nunca había experimentado un temblor.

Fue hasta las 11 de la mañana que “desperté” y pude saber lo que estaba pasando en la ciudad. 

En el trabajo, nos avocamos  a tareas de rescate durante varios días.

El día 20 me tocó la réplica trepado en un edificio, gente corriendo, gritando, en plena histeria colectiva.

Me asusté en serio y ya no regresé a las brigadas de rescate, ayudé en un albergue provisional que abrieron en la empresa. Pasaron tensas las primeras semanas, a los dos o tres meses perdí el trabajo y ahí empezaron los dos años más oscuros y terribles de mi vida.

Después de eso, hice mía aquella frase de la canción de Aute: “hay quien piensa que la vida es un milagro”, bueno, él decía que el amor es un milagro.

 El sismo no me mató, pero sus secuelas están en mi historia como la peor época de mi existencia. 

40 años.

🌑 El autor es psicólogo, doctor en desarrollo del potencial humano y secretario de Educación Pública del gobierno del estado de Hidalgo.

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